Santidad para todos




El Papa Francisco nuevamente ha despertado en la Iglesia y en el mundo, la inquietud por la toma de conciencia de nuestra vocación humana a la santidad, como algo propio de la vida de todos los días.

Recordemos que la invitación a la santidad es iniciativa de Dios desde siempre: “Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante Él por el amor” (Ef. 1, 4). Al darnos la vida, nos ha llamado a la santidad. “Porque Yo soy Yahvé, vuestro Dios, santificaos y sed santos, pues yo soy santo” (Lev. 11, 44). La invitación es para todos: tú, él, yo, nadie se excluye porque este es su proyecto para nosotros. Dios nos quiere felices y el camino es la santidad. Se trata de abrir nuestra vida a la Vida de Dios para que se llene de Él. Somos santos por lo que en cada uno de nosotros hay de Dios.

Igualmente, su invitación nos recuerda: “Sed perfectos (=misericordiosos) como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt. 5,48) y la perfección de Dios es su Amor, su Misericordia. Esta es su Santidad a la que nos invita y proyecta. El bautismo nos ha consagrado para que siendo hijos e hijas de Dios seamos santos, porque hemos sido constituidos templos vivos del Espíritu y por tanto partícipes de la santidad de Dios.

La vida de santidad nos permite, como Jesús, estar cerca de los demás, revestidos de entrañas de misericordia, benignidad, humildad, modestia, paciencia (cfr. Col. 3,12), en las relaciones interpersonales, especialmente de los que sufren, de los sin vida, vulnerables, para hacerles sentir la bondad de Dios, que es portadora de vida y de esperanzas.

Se trata pues, de vivir nuestra vida ordinaria de casa, del trabajo, del estudio, con los amigos, con los buenos y los malos, teniendo los mismos sentimientos y pensamientos de Cristo. 

Así lo hizo Don Bosco y así lo enseñó a sus muchachos del Oratorio de Valdocco. Domingo Savio, Miguel Magone, Francisco Besuco, Laura Vicuña, Ceferino Namuncurá, y a muchísimos más jóvenes “de la puerta de al lado”. 

Ellos nos han demostrado que para ser santos basta vivir la vida ordinaria, de manera sencilla y natural, haciéndola extraordinaria con la originalidad del 
Amor que sólo Dios nos sabe dar.

Hoy es urgente recuperar en todos nosotros este sentido natural de la santidad como algo propio, constitutivo de la espiritualidad salesiana, que nos hace vivir alegres en el quehacer de cada día, que nos da el sentido agudo y práctico para el bien, con la convicción íntima de que éste, en nosotros y en la historia humana, es más fuerte que el mal; que abre el corazón a la fantasía de los sueños de futuro con docilidad creativa, para saber asumir con equilibrio los valores de estos tiempos nuevos.

Santidad salesiana es la simpatía del amigo que se hace querer, para crear pedagógicamente un clima de confianza y diálogo que lleva a Cristo, que nos permita “estar siempre alegres”, como la “primera chispa” que explique toda nuestra santidad. 

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