El Papa Francisco llamó la atención del mundo al publicar una carta encíclica que aborda el tema de la ecología, el medio ambiente y la urgencia de que todos nos involucremos en el cuidado del planeta
Con ocasión de la solemnidad de Pentecostés, el Papa Francisco entregó a la Iglesia —y a “todos los hombres y mujeres de buena voluntad”— su encíclica Laudato Si’ sobre la situación actual del mundo desde la perspectiva de la ecología, una palabra que tiene raíces griegas y que significa “tratado sobre la casa”. Podemos decir, pues, que el Papa nos invita a reflexionar sobre la casa común de la humanidad con responsabilidad, preocupación y, sobre todo, con esperanza, con la intención de que el mensaje se traduzca en actos concretos para su mejoramiento.
Esta carta encíclica suscitó gran interés desde antes de su aparición debido a la importancia y a la “novedad” del tema, en cuanto que ningún Sumo Pontífice había afrontado, en un documento de esta importancia, el tema de la ecología. Una encíclica es un documento que el Papa elabora (haciéndose ayudar, evidentemente, de personas especialistas en el tema, incluso no pertenecientes
a la Iglesia Católica) para iluminar y orientar a la Iglesia universal, ofreciéndola también, en la medida de lo posible, a quienes no siendo cristianos quieren enriquecerse con su enseñanza.
El título, Laudato Si’, está tomado del comienzo del “Cántico de las creaturas” de san Francisco de Asís: “Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre Tierra, la cual nos sustenta y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba” (LS, 1). Indudablemente, el Papa Francisco no pretende discutir o rivalizar con los especialistas científicos; en cambio, ofrece su reflexión desde la perspectiva de la fe, pero siempre en diálogo con la ciencia y acentuando las prioridades cristianas, en especial la dimensión humana del problema ecológico, superando eventuales “romanticismos de la naturaleza” y enfatizando el aspecto moral de la responsabilidad humana. Incluso llega a utilizar la expresión “pecado ecológico”, del patriarca ecuménico Bartolomé, para referirse a aquellas situaciones en las que perjudicamos voluntariamente la creación de Dios.
En esta encíclica, el Papa comienza colocándose en la línea de sus predecesores más inmediatos, Pablo VI, san Juan Pablo II y Benedicto XVI, afirmando explícitamente que se ubica dentro de la Doctrina Social de la Iglesia y sin pretender decir la palabra definitiva en un ámbito tan complejo como es la ecología, pero sí aportando la gran riqueza de la visión cristiana del mundo como creación de Dios.
Para ofrecer algunas claves de lectura de esta importantísima encíclica, podemos ante todo señalar sus grandes secciones. Para empezar, el Papa Francisco hace una breve presentación de “los aspectos de la actual crisis ecológica”: menciona, en primer lugar, la contaminación ambiental; la abundancia de los desechos provocada por la “cultura del descarte”, esto es, la mentalidad del “usa y tira”; el deterioro del clima debido, en gran parte, al uso exagerado de los combustibles fósiles y a la destrucción de grandes zonas boscosas y sembradíos; el aumento de la migración de grandes multitudes humanas, que huyen de su tierra natal por dicha degradación ambiental; el problema de la escasez del agua potable y el desperdicio que muchas veces hacemos de ella; la pérdida de la biodiversidad, tanto vegetal como animal, de la cual afirma: “La inmensa mayoría de las especies que desaparecen lo hacen por razones que tienen que ver con alguna acción humana” (LS, 33); el desequilibrio de los ecosistemas, en particular de algunas zonas del planetas más significativas, como la zona amazónica, el Congo, los glaciares, etcétera; el deterioro de la calidad de la vida humana y la degradación social, debidos en gran parte al crecimiento desmedido de las ciudades, y muchos otros problemas ligados al uso desenfrenado e irreversible de los recursos naturales, en particular los no renovables.
Al analizar esta problemática, el Santo Padre desenmascara los intereses particulares que, a nivel mundial, encubren los problemas e impiden que se afronten con sinceridad y transparencia, en particular por parte de los gobiernos que habitualmente reaccionan con debilidad, salvo raras y honrosas excepciones.
Tratando de detectar las raíces de estos problemas, el Papa subraya la “globalización de un paradigma tecnocrático”, cuyo interés consiste en “extraer todo lo posible de las cosas por la imposición de la mano humana, que tiende a ignorar u olvidar la realidad misma de lo que tiene delante” (LS, n. 106). Ha desaparecido esa hermosa mentalidad de la cultura tradicional que considera como “madre” a la Tierra, no en sentido mítico o animista, sino simbólicamente, como quien nutre, protege y alimenta a la humanidad entera.
Junto con esta actitud menciona, entre otros aspectos, el uso y abuso de la genética, tanto en la naturaleza como incluso en el hombre mismo.
Frente a esto, el Papa Francisco presenta algunas líneas de la Revelación cristiana que pueden iluminar la situación y, de alguna manera, mejorarla. En primer lugar, nos recuerda que el mundo y la naturaleza son Creación de Dios: que Él ha confiado esta creación al hombre para que sea su representante y la cuide responsablemente, no para que se convierta en su dueño despótico. Todo hombre está llamado a una triple relación: con Dios, con los demás seres humanos y con el mundo.
Más aún: Dios sigue siendo el verdadero dueño de este mundo. En la experiencia del pueblo de Israel, este rasgo se manifestaba en la manera de “poseer la tierra”, la cual, a fin de cuentas, sólo le pertenecía a Dios. “Aquellos que cultivaban y custodiaban el territorio tenían que compartir sus frutos, especialmente con los pobres, las viudas, los huérfanos y los extranjeros” (LS, n. 71). De aquí deriva la comunión universal y el destino común de los bienes: el derecho natural a la “propiedad privada” no puede nunca estar por encima de esta soberanía de Dios y de las necesidades de todos los hombres.
El Papa también menciona un aspecto que, con frecuencia, se ha convertido en una acusación contra la Revelación judeo-cristiana: el reconocimiento de Dios Creador, nos critican algunos, ha llevado a desacralizar la Creación, esto es, a quitarle el carácter “divino” que existía en la mentalidad de muchas culturas tradicionales: con ello “se favorecería la explotación salvaje de la naturaleza, presentando una imagen del ser humano como dominante y destructivo”. Y continúa: “Ésta no es una correcta interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas” (LS, 67).
Partiendo de esta iluminación, el Papa presenta algunas “líneas de diálogo y acción”. En primer lugar, propone una visión ecológica integral: a nivel ambiental, económico y social, teniendo en cuenta la diversidad de las culturas “ancestrales”, que muestran un respeto mucho mayor por la naturaleza. Asimismo, propugna una ecología de la vida cotidiana: en la vivienda, en el transporte, en el mantenimiento de los espacios comunitarios, sobre todo en la vida urbana. En todo ello, señala, debe regir el principio del bien común y la justicia, incluida también la relación con las generaciones futuras. Todo ello hace necesario un diálogo sobre el medio ambiente en la política nacional e internacional, y la implementación de nuevas leyes y orientaciones en todos los niveles, recordando que “no se puede pensar en recetas uniformes, porque hay problemas y límites específicos de cada país o región” (LS, 180).
Todas estas orientaciones, aun siendo indispensables y preciosas, no podrán ponerse en práctica si no hay una actitud personal y comunitaria, una “conversión ecológica” (LS, 216-221). Algunos elementos de dicha conversión son: la apuesta por un estilo alternativo de vida, caracterizado por la sobriedad, por la auténtica “calidad de vida”, por la capacidad de saber gozar con poco; educar a las jóvenes generaciones a una “alianza entre la humanidad y el ambiente”; el amor civil y político. En el ámbito específicamente cristiano, “los Sacramentos son un modo privilegiado de cómo la naturaleza es asumida por Dios y se convierte en mediación de la vida sobrenatural” (LS, 235). Pensemos en el pan y el vino, fruto de la tierra y del trabajo humano, que se convierten en el mismo Cristo Jesús. Finalmente, invita a todos los miembros de la Iglesia a vivir equilibradamente entre la perspectiva escatológica y el compromiso por la construcción de la “ciudad terrena”, concluyendo con una hermosa frase: “Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza” (LS, 244).
Dentro de esta temática extraordinariamente abundante, hay que subrayar las “líneas trasversales” que le confieren identidad humana y cristiana; por otro lado, son estas líneas las que mejor expresan la sensibilidad del Papa Francisco ante el problema de la ecología. Enunciamos algunas de ellas: la íntima convicción entre los pobres de la tierra y la fragilidad de nuestro planeta; la convicción de que en el mundo todo está conectado; la crítica al paradigma tecnocrático y las formas de poder que de él derivan; la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso; el valor propio de cada criatura, aun la más insignificante; el sentido humano de la ecología; la necesidad de debates sinceros y honestos, dada la grave responsabilidad de la política internacional y local; la propuesta de un nuevo estilo de vida, que supere la “cultura del descarte”.
El Santo Padre concluye con una palabra llena de fe y esperanza: “En el corazón de este mundo sigue presente el Señor de la Vida, que nos ama tanto. Él no nos
abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su Amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos. Así sea” (LS, 245).
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