Editorial - Aprender a vivir, convivir y a ser felices



Somos educadores por vocación y como tal debemos ofrecer a nuestros jóvenes destinatarios herramientas con las cuales aprendan a vivir, aprendan a convivir y aprendan sobre todo a comprometerse con la felicidad o el bien de los demás, asumiendo la vida como un proyecto para ser felices.

Si esto es verdad debemos asumir nuestro papel de educadores teniendo clara la finalidad o el objetivo de nuestro quehacer educativo pastoral como una valiosa oportunidad para formar en la
sensibilidad y el compromiso por la vida, que incluye un responsable compromiso con la ecología. 
Nos corresponde formar buenos cristianos y honestos ciudadanos, sensibles por la ecología y el medio ambiente. 

Esta maravillosa sensibilidad se construye en la medida en que les permitimos a nuestros destinatarios sentirse “dueños” de la casa (el mundo) que los acoge, lo que los convierte en
responsables de luchar por su salud y bienestar integral. El sentido de pertenencia se aprende y por eso la escuela lo debe favorecer. Sin generar sentimientos de culpa, debemos promover en los niños y los jóvenes la reconciliación con la naturaleza; ésta nos debe involucrar a todos en un diálogo de comunión con la misma y en un compromiso generador de vida.

Aprender a vivir excluye en el ser humano integral la autorreferencia y el egoísmo; la vida debe ser siempre fuente de vida y de bienestar para los demás; realidad que atañe a todo ser humano. Aquí entra a jugar un papel importante la calidad de la vida, un tema que no excluye la ecología y el medio ambiente. Calidad de vida equivale a ecología que humaniza porque exige de la criatura humana una actitud responsable.

Aprender a convivir exige comprender que no estamos solos en el mundo, que por los otros existo no como uno más, sino como un ser único y diverso. La diversidad es riqueza y me ayuda a comprender que en el mundo no todos los seres son humanos, sino que existen infinidad de criaturas que favorecen mi existencia, que comparten conmigo, viviendo en la misma casa y por ello merecen
todo el respeto, la admiración y el cuidado.

Aprender a ser feliz sin sacrificar la felicidad, la calidad de vida y el bien de los otros, incluyendo a las criaturas todas de la naturaleza, exige un proyecto que debe aterrizar todos los compromisos que hagan posible la construcción de un mundo mejor; aquí entran todas las iniciativas y aportes, sin necesidad de ser expertos en ecología, basta simplemente gozar de la sensibilidad que humaniza.

No perdamos pues esta oportunidad que nos ofrece la vida como educadores de los jóvenes. Hagamos de ellos seres humanos conscientes de su compromiso no sólo con la historia, sino con el mundo, con su espacio, con la ecología; hombres y mujeres sensibles frente a la ecología y por eso maravillosos seres humanos.

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Pbro. John Jairo Gómez Rúa
Inspector COM

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