Al pasar el tiempo y las nuevas generaciones, la estructura de la familia se ha ido modificando, en su número de miembros, estilos de vida, repartición de tareas del hogar, responsabilidades, crianza de los hijos, tiempo para compartir, actividades familiares, además la nueva adopción de mascotas como miembros de la familia y también los nuevos integrantes: padres, hijos, mascota y celular.
¿Celular? Sorprendente o no, pareciera que en las nuevas familias se ha convertido “indispensable” tener lugar para las herramientas tecnológicas y digitales, más precisamente para los celulares, a los que se les invierte cierta cantidad de dinero, tiempo, cuidado y hasta preocupación cuando la batería se acerca al 10% o se ha olvidado pagar la factura del plan.
Estar 24 horas conectados ¡Qué maravilla! Y realmente lo es, estar con tanta inmediatez más cerca de los seres queridos, acceder rápidamente a la información, estudiar, capacitarse y desarrollar habilidades será siempre un lujo que brindarán todas las herramientas tecnológicas, especialmente con las redes sociales y el internet que el mundo nos ofrece. Pero ¿qué tan cerca y qué tan lejos estamos realmente de la familia?, compartir la misma infraestructura física no será suficiente si no se genera una conexión visual, verbal y física; nuestros
sentidos se han entrenado para detectar con facilidad todas las alertas y notificaciones que nos da el celular y perdemos la sensibilidad de percibir el estado de ánimo, las dolencias, alegrías y hasta la presencia de quien está en nuestro entorno. Es así, como se va creando una nueva manera de interrelacionarse, sustituyendo la comunicación física y directa, por la interacción intangible en redes.
La amenaza del manejo indiscriminado de las herramientas tecnológicas, radica en la destrucción de las relaciones, en este caso las familiares, no por la existencia de la tecnología en el hogar o las actividades diarias, sino por el mal uso que se le da en tiempo y lugar, un peligro que es tan semejante a la indiferencia y la que conlleva a la soledad misma, al olvido de detalles, del diálogo, del tacto y hasta la pérdida de carácter al comunicarse o la dificultad de sostener una conversación real frente al otro. En otros tiempos, las crisis familiares eran las diferencias y disgustos entre cónyugues e hijos por diferentes situaciones, pero actualmente, esta crisis está centrada en síntomas de convivir con quienes biológicamente son familia, conociendo del otro, única y exclusivamente por la pantalla o sus redes sociales.
La apropiación del nuevo “integrante en la familia”, no es caso exclusivo de los más pequeños, sino también en los adultos que son padres; facilitando el tejido de un manto de sombra que cada miembro del hogar va usando con mayor frecuencia, en el que solo existe: sujeto y pantalla. Es así, como la crianza y la formación no solo se limita al desarrollo académico, ahora también, es responsabilidad de todos en el hogar la educación y ejemplo del buen uso de las tecnologías.
De esta manera, quedan interrogantes y retos en familia para lograr una profunda reflexión sobre ¿Qué tanto conozco del otro? ¿Qué piensan realmente mis padres?, ¿Le he dicho de frente a mi madre lo bella que es? ¿Qué actividad puedo hacer con mis hermanos? ¿Qué tiempo le invierto a mi mascota, a mis estudios, a mis abuelos, a mis aficiones? … Tantos otros interrogantes que no tienen como intención convertir la familia en algo fuera de contexto o alejado de la novedad de la tecnología, sino ayudarles a vivir plenamente la realidad, la presencia y el valor del hogar.
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