Por: Héctor Ricardo Vargas Sánchez*
A partir de la apertura económica en la cotidianidad de las familias y el ingreso de Colombia en la lógica del libre mercado, se ha incrustado en la cotidianidad de las familias un sistema de prácticas y creencias particulares que deben ser analizadas. La premisa fundamental del sistema propuesto por el economista Milton Friedman es la reducción del estado hasta su expresión mínima con la libertad individual y la libre competencia como estandarte. Ahora bien, esta premisa genera cambios no solo económicos y políticos, sino que se hace necesario también analizar los cambios que ha producido en las familias colombianas y su organización.
El aumento exponencial de los divorcios, la disminución de matrimonios tanto civiles como religiosos, el notorio aumento de familias unipersonales y el descenso en las tasas de natalidad, son muestras claras de cambios en la percepción que existe de las familias en la sociedad colombiana. Nos hemos concentrado en la competencia entre individuos, dejando de lado uno de los principios fundamentales de la familia: la solidaridad. Se ha impuesto al interior de la familia un régimen de alta exigencia basado en un interés supremo por la generación de capital, personas que viven para trabajar y no trabajan para vivir. Muestra de ello es la existencia de una generación de jóvenes que luchan por cumplir metas que son inalcanzables en un sistema económico como el que se impone, esto genera una sensación generalizada de frustración debido a que muy pocos logran tener un modelo de vida como el que se vende en los grandes medios masivos de comunicación, ya que la masificación de contratos laborales inestables y falta de garantías sociales se han convertido en el panorama cotidiano.
La amalgama de estas condiciones ha llevado a las familias a ser el único medio al que pueden acudir muchos de ellos para sobrevivir, pues el estado ha reducido su apoyo a subsidios focalizados que no generan independencia económica a largo plazo y el mercado no los recibe debido a los altos niveles de formación, pero baja remuneración y exigencias casi imposibles de cumplir (como amplia experiencia laboral para cualquier tipo de empleo y condiciones laborales precarias). Dicho esto, parece urgente pensar nuevos modelos de familia en los que la solidaridad vuelva a ser protagonista y sea un espacio de crecimiento comunal y no individual como lo que se propone en la actualidad.
Las familias están llamadas a pensarse como espacios de crecimiento y proyección grupal, no como un espacio de competencia en el que cada uno de sus miembros compita con sus pares para superarlos. Es esencial recuperar la capacidad de crear capital en las familias y criar personas que conciban la solidaridad como un valor fundante y no como un obstáculo. Si esta idea logra germinar, estoy convencido de que seremos capaces de crear un mundo equitativo.
* Antropólogo de la Universidad Externado de Colombia, candidato al título de Magister en estudios de familia y Exalumno Colegio Salesiano de León XIII.
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