Por: Johana Carolina Vélez H.*
Después de más de cinco décadas de conflicto, son muchos los niños que han hecho parte de la guerra en Colombia, algunos ingresan de manera forzada, otros de forma voluntaria, pero aunque así sea, la guerra no es un juego de niños, ellos deberían estar pensando en su futuro, corriendo por las calles de su pueblo y no huyendo de la muerte.
Esperando que esto no se repita, presento la historia de una niña que logró sobrevivir a la guerra y que ahora anhela ser enfermera; esperando además, que gracias al proceso de paz, sus hermanos no corran la misma suerte que ella.
Catalina (nombre modificado para proteger su identidad) era una niña que tenía una vida “normal” para sus 12 años; vivía en Bogotá y aunque trabajaba con su padrastro, esto fue lo que le dio la posibilidad de tener una beca de un programa para niños trabajadores, que le permitía estudiar. En su escuela participaba en grupos de danza, pues como ella misma cuenta, era lo que más le “encantaba”.
Pero su vida tuvo un gran giro cuando sus padres decidieron, de un día para otro, irse a vivir al Tolima. No sabe cuáles fueron los motivos que los impulsaron, sólo recuerda que hubo muchas cosas que debió dejar en su casa, pues prácticamente se llevaron la ropa que tenían puesta. Fue muy difícil pasar de la ciudad al campo, pues llegaron a vivir a una vereda en la que debía trabajar la tierra y caminar dos horas para llegar a la escuela.
Cansada de esta vida y de la mala relación con su madre, a quien “le tenía mucha pereza y rencor” porque la maltrataba, Catalina viajó a Pereira a vivir con una tía. Allá tampoco quiso quedarse y regresó con su madre cuando tenía sólo 13 años.
A su regreso, en su casa la situación no mejoró, su padrastro intentó abusar de ella y al hablar con su madre ésta no le creyó; desde ahí dice Catalina, “hubo muchos problemas por mi culpa”. Su casa se convirtió entonces en una zona de conflicto en la que cada día acumulaba más rencor y tristeza.
Catalina, con tan sólo 13 años, se convertía en una niña vulnerable, que buscaba salida a su situación, pensando que lo mejor era irse de su casa, lo que la convirtió en una candidata perfecta para dos muchachos que andaban reclutando niños en la vereda.
Según Catalina no se la llevaron engañada, no le prometieron nada, ni siquiera la amenazaron o la obligaron, ella sola tomó la decisión creyendo que su vida iba a mejorar lejos de su casa.
Walter y Brayan, dos guerrilleros de 13 y 19 años, se la encontraron donde una vecina haciendo la visita y allá le contaron cómo era la situación, aunque le advirtieron que se vivían momentos difíciles, le contaron que también se pasaba bueno. Después de una corta conversación ella decidió irse, pues al fin y al cabo ya vivía mal en su casa, entonces, ¿qué podía ser peor?
Catalina esperó que su mamá volviera por la noche, le dijo que ya volvía, se despidió de su hermano menor que era quien más le dolía dejar, y a su pregunta ¿vas a volver?, ella le respondió con un “algún día”.
Cuenta que los primeros quince días estuvo relajada y tranquila, no estaba haciendo mucho y hasta llegó a sentirse contenta, pero la dicha no le duró sino 15 días, porque le tocó enfrentarse al primer hostigamiento del ejército en el que murió Brayan, que unos días antes la había convencido de dejar su casa para enfilarse en la guerrilla. “Ahí yo me quería salir pero ya no me dejaron ir”. Su miedo, ver la muerte cerca, porque no sólo fue Brayan el abatido, sino también otros compañeros, la impulsaban a intentar volver a su casa pero no era posible.
Mientras tanto en su casa, la mamá estaba desesperada buscándola y después del enfrentamiento le dijeron que era muy posible que su hija estuviera muerta. Pero Catalina creía que su mamá estaba tranquila, pues “si no le importaba cuando estaba en la casa, menos lejos de ella”, pensaba.
Como ya no tuvo más remedio que seguir en la guerrilla, Catalina trataba de pasar sus días aprendiendo; como su sueño era ser enfermera entró a un curso de enfermería y de “radista” para enviar reportes por radio de un lugar a otro. Recibió además el curso básico de entrenamiento, de saltos y aprendió incluso cómo avanzar hacia el enemigo. Cuando creyeron que ya estaba lista, sin ella saberlo, un día le mostraron un plano y la enlistaron para una misión, en la que ella era la única mujer.
Comenzó a sentir cómo un helicóptero les tiraba cohetes, se sentía muerta, escuchaba una
explosión tras otra, y aunque no sabía quién era el joven que la acompañaba, sólo recuerda que le dijo “hágale niña que yo la cubro” y que se tendiera. Cuando ella le dijo “niño vamos”, él ya no le contestó, pues estaba tendido en el piso, ya sin vida.
Después de eso los bombardeos fueron más seguidos y constantes, alcanzó a hacer nuevos cursos para los que se trasladó al Cauca, y después de pedir su baja varias veces sin éxito, se escapó. Debido a que el pueblo estaba lleno de milicianos, ellos se dieron cuenta, la devolvieron, le hicieron consejo de guerra y decidieron imponerle una sanción severa que consistió en limpiar a mano dos héctareas, sembrar yuca, fríjol, hacer huecos en la tierra, entre otros trabajos.
La guerra seguía, y Catalina, a sus 14 años, no quería seguir haciendo parte de ella. Se salvó varias veces de la muerte y recuerda sobre todo una vez que una esquirla dañó un equipo que llevaba en la espalda pero que la protegió de una gran herida. Muchos de sus compañeros no contaron con la misma suerte, la impresionaba ver cómo niños que llevaban sólo 20 días en la guerrilla morían en combate, pero también las personas que llevaban más de 30 años, que caían por igual.
Trabajó luego como “financiera”, cobrando “impuestos”, más comúnmente llamados extorsiones. En este tiempo tenía un celular y pasaba días en diferentes casas. El celular le permitió volver a comunicarse con su madre, a quien llamaba a decirle que se quería salir. Su madre, con mucho temor, pues sabía que podían tomar represalias contra ella y sus otros dos hijos, le decía que pensara bien antes de salirse. Pero el empujón que necesitaba para tomar la decisión, que lo esperaba de su madre, se lo dio una mujer que había en una casa donde estaba quedándose luego de cobrar; ella le dijo “¿usted por qué no se va de aquí?” y ella le entendió el mensaje, “quería que fuera libre”.
Salió a las 11:00 p.m., en medio de la lluvia, caminó toda una noche, pero cuando se dio cuenta estaba al frente de la misma casa de donde había salido; había estado caminando en círculo. Salió entonces para una casa vecina y pidió ayuda; allí le contó a una señora que era guerrillera y “la señora se tocaba la cabeza” preocupada porque podía meterse en un problema. Sin embargo le ayudó a esconderse un rato mientras llegaba un sobrino de ella en una moto para llevarla a un lugar más seguro en otra casa de la vereda.
Cuando pensó que ya era seguro, salió a caminar por una carretera y se encontró con personas de la guerrilla, siguió caminando con mucho miedo y aceleró el paso para que no la reconocieran, sobre todo porque también llevaba botas pantaneras; pero allí no terminó su odisea, pues una curva después se encontró al ejército. Con mucho miedo y ya porque no tuvo otra opción, les contó que era guerrillera.
Catalina no quería entregarse, sólo quería comenzar una nueva vida a los 16 años lejos de la guerra, pero sabía que era posible que no tuviera otra oportunidad, por lo que al final decidió hacerlo; la llevaron al batallón, le hicieron exámenes médicos y recuerda entre risas que estaba bien porque “estaba muy gorda”, pues aunque a veces aguantaban mucha
hambre, otras veces comían en exceso.
A partir de este momento su vida cambió, se liberó de rencores y, sobre todo, de la sombra de la guerra; recibió la visita de su madre, y recuerda que le dolió mucho saber que tuvo que pagar pasajes para ir a buscarla: “mi mamá tuvo que gastar su plata para venir a mirarme y todo por mi culpa”. Sin embargo los remordimientos desaparecieron cuando vio a sus dos hermanos, aunque el menor de ellos le reclamó por su mentira, pues le dijo cuando se fue que iba a volver y no cumplió.
Sintió tranquilidad al estar con su familia, pero el miedo volvió cuando en las noticias dijeron que ella se había entregado. Sintió que los medios de comunicación debían fijarse más en las noticias que emitían, pues “sólo miran lo que les conviene a ellos y no a los demás”.
Como era de esperarse, después de que la noticia se hiciera pública fueron a visitar a su madre y a preguntar por ella, pero su mamá negó saber de su paradero. Mientras esto sucedía Catalina fue trasladada a Medellín, llegó a un hogar transitorio donde se puso a estudiar y supo luego que no volvieron a molestar a su madre.
Cuando estaba cursando el grado sexto la trasladaron al CAPRE (Casa de Protección Especializada) de Ciudad Don Bosco, un lugar que le brindó grandes oportunidades, sobre todo porque podía recibir educación para el trabajo y reintegrarse a la sociedad poco a poco; allí ingresó al taller de artes gráficas para hacer su técnica, siguió terminando sus estudios, llegó a undécimo y ya está esperando una entrevista para trabajar en una litografía.
Ahora que vive otra vida, se reserva su pasado porque no sabe en quién confiar y agradece que debido al programa en el que participa, los encuentros en los que su familia la visita son constantes, lo que le ha permitido mejorar la relación con su madre, y expresa que ella es su adoración, junto con sus dos hermanos.
Quiere hacer su carrera universitaria, estudiar enfermería, pero no ser auxiliar, sino ser profesional, le preocupa el dinero para continuar sus estudios y conseguir dónde vivir una vez que salga del programa de protección, pero se siente tranquila porque, aunque no cree mucho en el proceso de paz, piensa que gracias a éste sus hermanos no van a vivir lo mismo que ella pasó.
Y no cree porque argumenta que en ambos lados hay mucho rencor, “uno debe tener primero paz interior para brindarla a los demás, cómo le voy a decir a alguien que hagamos la paz si tenemos rencor. Nunca habrá paz así”. Eso sí, ella cree que si se empieza el proceso está bien, aunque piensa que todos los grupos deben unirse, si no va a ser difícil. Yo me atrevo a decir que no sólo los grupos armados, también nosotros debemos hacer parte de este momento de la historia, y como dice Catalina, olvidarnos de los rencores, para que la paz sea una realidad y que los niños de este país tengan más y mejores oportunidades de vida.
*Comunicadora Social - Periodista, especialista en Comunicación Estratégica para la web. Actualmente es la
comunicadora de la Inspectoría San Luis Beltrán de Medellín.
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